Enfrentarse al silencio no es fácil. Encontrarlo, tampoco. Menos en medio de esta cocofonía en qué se ha convertido la vida hiperconectada.
Erling Kagge, editor, escritor, abogado y explorador noruego, a sus 55 años decidió dar una nueva vuelta de tuerca a su exploración de la quietud. Se trasladó a la Antártida, presuntamente el lugar más silencioso del planeta, para enfrentarse al vacío. Durante 50 días no convivió más que con el ruido de sus pisadas sobre el hielo. No sacó del avión que le trasladó al Polo Sur las pilas de radio que le habían recomendado llevar. Quería quedarse completamente solo. Caminó, día tras día, en medio de un paisaje blanco y vacío, aparentemente plano. Se envolvió en la presunta nada, se enfrentó al gran silencio.
Sostiene que hoy en día vivimos instalados en una permanente huida del silencio. Lo hacemos para huir de nosotros mismos. Lo tapamos todo con ruido. Solo enfrentándonos al silencio ( sin llegar a ser experiencias tan extremas como la suya) conseguiremos conocernos. Es clave, afirma, para una existencia plena.
Existimos en medio del ruido. acústico, visual, mental. Demasiada información bullendo simultáneamente llegando por distintos canales. Estamos permanentemente ocupados, siempre buscando algo que hacer. Con listas de cosas pendientes. Con la radio encendida en cuanto asoma una brizna silencio. Con la música puesta, el televisor encendido, aunque nadie lo vea; enfrascados en nuestro teléfono, artilugio que promete alejarnos del vacío. Todo con tal de apartar el vértigo de la ausencia de sonido, el zumbido constante que nos acompaña en el día a día, el de la vida moderna. Con entusiasmo y talante y irreflexivo alimentamos el miedo al silencio.
El ruido que nos rodea va a más. Cada vez somos más y todos llevamos un móvil en el bolsillo. Ya hay más líneas móviles que personas en el planeta – 7.800 millones de tarjetas SIM para 7.600 millones de personas. En medio de este paisaje disonante emergen voces suaves, pausadas como la de Erling Kagge, que reclaman un paso atrás, un reencuentro con el silencio.
El desasosiego es algo natural, buscar algo que hacer, apagar el silencio de la inactividad, esquivar ese vacío, es humano. Pero nuestra huida hacia adelante ha ido a más con el paso del tiempo. El silencio es capaz de transformarnos, afirman sus defensores. Sólo cuando se experimenta su fuerza se da uno cuenta de ello. Sirve para serenar la mente; y también es necesario para ser creativo: las mejores ideas vienen cuando desconectamos, cuando estamos en silencio. Además según varios estudios, el ruido tiene un fuerte impacto en la salud: debilita el sistema inmune. Facilita la aparición de enfermedades como el párkinson, la demencia o la esclerosis múltiple. E incrementa la mortalidad por causas respiratorias, cardiovasculares y diabetes.
Hoy en día, la reivindicación del silencio se convierte en un acto de transgresión, un desafío contracultural. Desde aquí lo defendemos como antídoto contra ese vacuo conformismo que se disuelve en el ruido incesante de medios y redes.