Coexisten con nuestro estilo de vida, basado en el desarrollo de la técnica que posibilita el movimiento de mercancías y comunicaciones a velocidades de vértigo, otro reducto de sociedades autosuficientes que se relacionan poco o nada con lo que esté más allá de su territorio.
Son cápsulas del tiempo en el que la aparente simplicidad de su organización esconde una red de creencias en la que la interrelación entre la psique y el entorno es tan estrecha que cualquier pensamiento o acción creen que influye en la naturaleza, y en los dones que ésta otorga a sus habitantes.
Algunas de ellas está documentado que han basado su modus vivendi en la cooperación y deploran la competitivad. Todo arranque de dominación de un individuo o grupo sobre otros es castigado y apartado del resto. Dos ejemplos son los Batek y los Senoi de Malasia.
Los Batek, en la selva de Malasia, no tienen figuras, al menos humanas, que representen la autoridad. Sus líderes son portavoces de los votos y opiniones del resto del grupo. Y las recomendaciones de estos portavoces se quedan no más allá de este nivel, siendo elegidos por su capacidad de oratoria y de persuasión, que no de coacción.
Desde sus mitos sobre el origen de la tierra se rechaza la violencia y la imposición hasta el punto de que cualquier lucha o conflicto enquistado largo tiempo será castigado, según su cosmología, por los espíritus de las cosas, que lanzarán catástrofes y destruirán el orden armonioso en el que viven, además a nivel individual el alma del agresor será condenada a vagar por los bosques para siempre. Cualquier conflicto se resuelve en privado, y si alguno se calienta más de la cuenta se retira antes de llegar a la agresión, sea de palabra o de acción. El que se siente agredido exige al otro que le de un obsequio para reparar la afrenta.
Creen que las enfermedades se originan por conflictos personales, una de las más habituales, el Ke´oy, es una debilidad de todo el cuerpo, una especie de depresión. Creen que los sentimientos como el odio, los celos, o la envidia provocan estas enfermedades en la persona que despierta sentimientos de este tipo. El que tiene estas emociones negativas hacia el otro siente la obligación de neutralizarlas ofreciendo ayuda a la otra persona, y si no la necesitase, le regala un obsequio.
Tienen ese mecanismo interiorizado, y recuerda un poco al de algunas religiones occidentales, que prohiben pensamientos lascivos, repercutiendo el castigo por los mismos en las personas más cercanas. Pero los Batek no censuran ni controlan la sexualidad. Al contrario, son abiertos y, por ejemplo, aceptan tanto la monogamia como la poligamia.
Apenas tienen propiedades privadas, el suelo es de todos. Entre las escasas posesiones individuales se encuentran la ropa y la cerbatana con la que cazan animales, sedándolos con un somnífero embadurnado en la punta del proyectil. Gracias a la fertilidad de sus tierras no necesitan trabajar más de dos horas. El gobierno los ha intentado reubicar y convertirlos al sedentarismo, pero se resisten porque temen depender del dinero para adquirir algunos alimentos que no se encuentran en los lugares que les ofrecen.
También en la selva de Malasia, en la cadena montañosa del Gedong Tahan, habitan los Senoi que viven de manera similar a los Batek. Pero su peculiaridad es que guían sus vidas por medio de los sueños. Durante los desayunos los miembros de la familia se cuentan mutuamente sus sueños y se dan consejos unos a otros. En la asamblea del poblado se discuten acerca de los sueños más importantes de cada familia. Los chamanes explican sus símbolos y significados, y determinan las actividades del día. Por ejemplo, un objeto soñado se debe realizar durante la jornada diurna. Si no dominan los seres de sus sueños su personalidad se desorganizará. Piensan que el mundo onírico está siempre con ellos, de la misma forma que las estrellas siguen estando en el cielo durante el día.
Estos dos pueblos se basan en el pacifismo, la cooperación y la hospitalidad hacia los extranjeros. Pero el buen salvaje de Rousseau no siempre se cumple. Si giramos la cabeza hacia el golfo de Bengala, hay una isla de 60 km² conocida como Sentinel del norte dónde nos encontraremos con la oposición a las dos sociedades mencionadas en los anteriores párrafos. Los pobladores de esta isla, los sentinelitas, reducen a algo parecido a una manifestación pacífica la resistencia a la invasión romana de los Galos de Uderzo y Goscini.
Los sentinelitas han estado milenios sin contacto con extranjeros. Y cuando distinguen una forma antropoide, los emisarios que envían para recibirlos son una lluvia de flechas. Convertir al foráneo en pincho moruno es su poca convencional manera de dar la bienvenida. En los siglos XIX y XX varios aventureros intentaron tomar contacto con ellos, pero ni llevando preciados regalos como lechones o pescados lograron detener la ración de flechas. En 1981 un barco tuvo la poca fortuna de naufragar en esa isla, los sentinelitas rodearon el navío, lo asediaron, y los tripulantes tuvieron que esperar la llegada de un helicóptero para salir de ahí. Con el metal del casco de ese buque los sentinelitas empezaron a realizar flechas metálicas. Ese naufragio propició su llegada a la edad de hierro (tal vez saltándose la de piedra).
En las dos siguientes décadas se repitió el mismo guión: regalos, buenas intenciones, pero el recibimiento seguía siendo altamente espinoso. Los últimos testigos de este poblado destacaron que primero menean los penes en actitud provocadora, y luego practican largamente su puntería contra ellos. El último intento de contacto fue el año pasado, un joven se propuso el reto de convertirlos al cristianismo y evangelizarlos. En su primer intento, su biblia le salvó de la flecha que llevaba su nombre. Pero la segunda vez no fallaron.
http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com/2018/10/una-sociedad-pacifica-los-batek-de.html
http://mutatisoscar.blogspot.com/2016/06/los-senoi-el-pueblo-del-sueno.html